Sucedáneo

Los cambios, la rapidez con la que se suceden, demandan agentes propios que se ocupen de gestionar la nueva situación. Pero, tanta originalidad en tan poco tiempo y con pocos recursos para vestirla, da lugar a un tablero similar al del juego “Quién es Quién”.
Ocurre que después de un rato, ya estamos todos identificados.

Aún así, recurrimos a todo tipo de accesorios para meternos en la piel de personajes que aún no conocemos; luchamos para dejar atrás a ese tipo mediocre y convertirlo en alguien distinto, nuevo.

Me inclino a pensar que muchas de las novedades con que nos bombardeamos unos a otros desde todo tipo de plataformas, son meros disfraces.  Se presentan como fórmulas mágicas, pero usan el humo como ingrediente principal. Son postales, promesas de un paisaje distinto a ese del que nos quejamos, en un intento de salvaguardar nuestra dignidad ante la condena a un doloroso destierro.

En aras de no se sabe muy bien qué, acudimos a nuevas maneras, arquitecturas efímeras que, a menudo, desaparecen al cruzar la puerta.

Los verdaderos cambios no pasan por crear una versión adulterada de nosotros mismos, sino que son el fruto de una actitud constante y disciplinada de mejora. Olvidamos que, para cambiar, no es necesario anular nuestro sello ni renunciar a lo que originalmente ya somos. Desprendernos de lo esencial puede dar como resultado un sustituto de mala calidad, un mero sucedáneo de lo que realmente somos capaces de ofrecer.