No, pero… sí

No, pero... sí

No, pero… sí

No’ es una palabra mágica, llena de poder. Pero, como bien dicen Spiderman y @macnelus “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Cuando se trata del ‘No’, solemos confundir esa responsabilidad con la culpa. Al menos, a mí me pasa.

Y ahí está el ‘Sí’, esperando anhelante a ver cómo se doblega la voluntad del negador en potencia; o sea, la propia.

Ocurre a menudo. Por ejemplo, tienes planes para pasar la tarde a tus cosas y alguien, un ser que te quiere, te reclama. Y ese amor, esa querencia, es el veneno de la manzana, la culpa misma, la justificación innecesaria.

     Ser que te quiere, al teléfono:

–         ¿Vienes conmigo a …? ¿Me ayudas con …?

Desenlace A

     Voz interior del individuo negador en potencia:

–         ¡Mierda! No quiero ir. Quiero pasar la tarde a mis cosas (darme un bañito con sales; ver fotos antiguas; hacer un bizcocho; leer un rato…).

     Palabras dirigidas al ser que te quiere:

–         Es que tengo que…, es que hoy me viene fatal. Es que he quedado.

Y empiezas a sentirte incómoda ante tus justificaciones absurdas, pero por nada del mundo osarías decirle a esa persona que te quiere, que no te apetece un cagao acompañarla ni ayudarla, porque quieres la tarde para ti y para tus cosas.

     El ser que te quiere, no se rinde:

–         ¿Con quién quedaste? ¿No puedes quedar otro día?

Y tú, desarmada por tus justificaciones de mentirijilla, accedes. Al fin y al cabo, también quieres a ése ‘Ser que te quiere’, y todas esas cosas a las que pensabas dedicar la tarde, puedes hacerlas cualquier otra tarde. Además, por nada del mundo querrías decepcionar a alguien que te necesita.

Desenlace B

     Voz interior del individuo negador frustrado:

–         ¡Mierda! No quiero ir. Quiero pasar la tarde a mis cosas (darme un bañito con sales; ver fotos antiguas; hacer un bizcocho; leer un rato…).

     Palabras dirigidas al ser que te quiere:

–         La verdad es que no me apetece, ser que me quiere.

     Ser que te quiere (en tono lastimero y manipulador):

–         Pero, ¿por qué? Si seguro que no tienes nada mejor que hacer. Anda, mujer, acompáñame.

     Negador frustrado (que siente cómo el acorralamiento empieza a tapar las vías de salida):

–         ¿Cómo que no tengo nada mejor que hacer? ¡Tengo que darme un bañito con sales, ver fotos antiguas, hacer un bizcocho y leer!

     Ser que te quiere (con la decepción tatuada en su vocecilla):

–         Vale, vale. Ya veo que tienes cosas mucho más importantes que hacer, antes que ayudar/acompañar a tu ser que te quiere.

Y cuelga. Y en ese momento, tú, que estás cansada de leer artículos en los que se pregona la importancia del ‘No’, de anteponer tus necesidades a las de los demás, sientes cómo la jodida culpa campa a sus anchas por todas tus junturas y recovecos. Te pasas la tarde arrepentida por no haber acompañado/ayudado al ser que te quiere, y desde luego ni bañito, ni fotos, ni bizcocho ni lectura. Te gustaría volver cinco minutos atrás en el tiempo y optar por el desenlace A. Y al final, pasas la tarde haciendo tareas que supongan alguna obligación, como poner la lavadora, limpiar o hacer algún trabajo pendiente, para justificar de algún modo el no haber acompañado/ayudado al ser que te quiere. Nada de disfrutar de tu tiempo, ¡castigada!

Y es que decir que no, tiene lo suyo. Ser asertivos, que es como en verdad se llama el poder mágico en cuestión, no es sencillo. Implica mucho más que anteponer nuestros intereses o necesidades a las de los otros, por mucho que nos quieran. Implica darle su lugar a nuestro propio amor. Se trata, en términos librescos, de: la capacidad de un individuo para transmitir a otras personas sus posturas, opiniones, creencias o sentimientos de manera eficaz, sin sentirse incómodo.

¡Ahí es ná! ¿Y eso cómo se hace? Hasta donde yo sé, el individuo que se rige por esa teoría suele tener mala acogida en la mayoría de los contextos cotidianos. El de arriba es sólo un ejemplo, pero prueba a decirle a tu jefe que no quieres regalarle las horas extra; o a tu suegra que no te gusta la comida que prepara; o a tu amigo que estás hasta las narices de que se le olvide llevarse la mano al bolso a la hora de pagar…

La asertividad no es moco de pavo. No la fabrican en pastillitas (¡eso sí que sería genial!, ¡compro, compro!) y expresar lo que queremos de la forma adecuada, requiere algo más que decir no. Yo lo veo algo así como reorganizar toda tu forma de ver el mundo, tus creencias, tus miedos. Requiere desprenderse de tanto lastre, que puede llevarnos la vida entera aprender a caminar sin todo eso en la mochila. Y ni aún así. ¿O no?